lunes, 9 de marzo de 2009

Radiador de pelotudos.

Cada tanto, me agarra el ataque de “hacendosa” y me pongo a tejer algo. Este invierno, me pintaron las polainas y aprovechando mis varios viajes diarios en subte, estudié estratégicamente, en que asiento apropicuarme para no joder al prójimo con mi “hacendocidad”.
Ya ubicada en dicha posición, se sienta prácticamente encima mío, una vieja con una cara de ojete que se le caía. A los 3 segundos me empieza a mirar con cara de culo escarchado 1, 2 y a la tercera, adjunta a su bello rostro, un Aaaaaaaaaaayyyyyyyyy!, cómo si le hubieran metido un palo en el orto.
Con todo mi amor y paciencia le pregunto a la semi anciana: ¿qué le pasa, señora? Y me vocifera: “me pegaste justo en el brazo que me dieron la inyección!” a lo cuál respondí: “Primero que “usted” está echada encima mío, segundo ni siquiera la toqué y tercero, la bola de cristal no me funciona últimamente así que, disculpe” .
Acto seguido, se levanta de al lado de la susodicha, un extraño espécimen de aproximadamente unos 40 años, el cuál se notaba a simple vista que era un típico y amargado solterón dominado y sometido ampliamente por su queridísima y santa madre, el cuál entra a los gritos: “Qué le hiciste a mi mamá… no ves que está operada y vos le pegaste, cómo vas a tejer en el subte, no se teje en el subte…
Con mi mirada atónita, y sin dar crédito a lo que sucedía, le digo: “qué te pasa flaco? vos me vas a decir a mí adónde tengo que tejer? Estás loco pibe, además ni la toqué a tu santa madre, así que tomate un valium y seguí viaje…
Para qué! le agarró un ataque de locura histérica y me entró a decir con esa voz de pito “inescuchable”: “No te das cuenta que mi madre está recién operada … (valga aclarar, que la señora no tenía ninguna discapacidad física visible) estúpida, tarada…” y seguía, seguía y seguía diciendo pelotudeces hasta que la gente del subte, empezó tomar presión y partido opinando a mi favor y diciéndole al energúmeno que era un desubicado, que no me gritara más, que no tenía razón, que no me faltara el respeto, etc., etc., etc. entonces se sentó y seguía despotricando desde su asiento.
A los pocos minutos, “mamá”, con su mejor cara de dolor le dice a su energúmeno cachorro: “ay, me duele el brazo” y sumergido en su mayor momento de furia, se paró y se me vino al humo.
Ante la cara de interrogación de los pasajeros, levanté mi metro setenta y cinco de humanidad aguja de tejer en mano, y me paré delante del metro cincuenta de ese pobre habitante del país de nunca jamás fui cogido ni por un burro y le dije dulcemente: “Qué, me vas a pegar?” al unísono, vino un flaco que ya le había dicho, “cortala, porque hasta a mí me están dando ganas de romperte la cabeza” , pero cuando se la iba a arrancar de cuajo, me di cuenta que la violencia no vale la pena, así que me puse en el medio y le dije al flaco: “gracias por venir en mi defensa, pero para qué pasar un momento de mierda por alguien a quién realmente no le da la neurona ni siquiera para darse cuenta que es un pobre infeliz…”
Moraleja: si en algún momento del relato tuviste la capacidad de sentirte identificado con este triste y desdichado ser, largá las pastas y andate a vivir solo pero ¡YA!, por ahí todavía estás a tiempo de encontrar un burro que te la mande a guardar y te haga feliz aunque sea por un ratito…

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